La depresión: el invierno del alma que no puede con tanto peso

Montserrat Pérez
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La depresión no siempre se ve. 

A veces no parece tristeza, ni llanto, ni oscuridad. 

A veces se disfraza de cansancio, de desgano, de una desconexión sutil pero constante. 

Otras veces se nota más: en la mirada apagada, en el cuerpo que no responde, en la vida que deja de tener sabor. 

Pero en todos los casos, la depresión es una forma profunda de dolor. 

Una herida invisible que consume desde dentro.



No se trata solo de estar triste. 

La tristeza tiene movimiento, permite el llanto, abre camino al consuelo. 

La depresión, en cambio, es la ausencia de ese movimiento. 

Es como si todo se hubiera detenido. 

Es el silencio espeso. 

La sensación de no encontrar salida. 

La pregunta que se repite: ¿para qué?



Muchas veces la depresión no tiene un único origen. 

Es el resultado de años de exigencia, de duelos no resueltos, de heridas acumuladas. 

Es lo que pasa cuando dejamos de escucharnos. 

Cuando nos alejamos tanto de lo que somos, que ya no nos reconocemos. 

Es una forma del alma de decir: no puedo más así.



Y sin embargo, qué injustos somos con nosotras mismas cuando estamos ahí. 

Nos culpamos. 

Nos exigimos salir. 

Nos comparamos. 

Tratamos de forzarnos a rendir, a sonreír, a funcionar, como si el dolor pudiera resolverse con voluntad. 

Pero la depresión no se rompe con fuerza, se atraviesa con compasión. 

No se trata de levantarse y seguir, sino de preguntarnos con honestidad: 

¿qué me pide esta oscuridad?

¿qué necesita mi cuerpo para no rendirse?



El cuerpo, de hecho, es el primero en avisarnos. 

Se vuelve lento, torpe, sin deseo. 

El placer desaparece. 

La creatividad se apaga. 

Todo lo que antes nos hacía vibrar ya no provoca nada. 

Y eso nos asusta, claro. 

Pero también es una señal. 

El cuerpo dice: así ya no puedo sostenerte

Y entonces es momento de escuchar. 

De bajar los brazos, sí, pero no en derrota, sino en rendición amorosa. 

En pausa. 

En descanso profundo. 

A veces es lo único que podemos hacer, y eso también es sagrado.


En el coaching emocional, no tratamos de “curar” la depresión con frases bonitas ni con prisa. 

Le damos su lugar. 

La nombramos. 

La acompañamos. 

Porque detrás de cada depresión hay una historia de sobrecarga, de desconexión, de olvido de sí. 

Y también hay una oportunidad: la de reconstruirnos desde otro lugar, más real, más justo, más tierno.



Recuperar la energía en un estado depresivo es un proceso lento. 

No hay atajos. 

Pero hay chispas que pueden encenderse: un gesto amable, una pequeña rutina, una conversación honesta, una siesta sin culpa, un día sin exigencias. 

Lo pequeño se vuelve enorme. 

Lo cotidiano se convierte en refugio. 

Y de a poco, como los brotes que surgen tras el invierno, la vida vuelve.



La depresión no es falta de carácter. 

No es debilidad. 

No es cobardía. 

Es una señal clara de que algo necesita cambiar. 

Y si la escuchamos, si la abrazamos sin miedo, si dejamos de luchar contra nosotras mismas, puede ser el principio de una transformación profunda. 

No rápida.

No mágica. 

Pero verdadera.



Porque hasta la noche más larga guarda en su centro la promesa del amanecer.


Y tú, incluso en tu oscuridad más densa, sigues siendo luz.




;)

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